Concierto del Bicentenario, 200 años de música argentina
«Lo mejor es festejar la diversidad de nuestra música»
Entrevista Luis Gorelik. El director de la Sinfónica de Salta explica los motivos del álbum “Concierto del Bicentenario”, que rescata importantes autores de la música clásica argentina.
26.06.2010 | Por Sandra De La Fuente Especial Para Clarín
Con las celebraciones del Bicentenario le llegó también el turno a un rubro algo marginal, tradicionalmente ajeno a la circulación en el mercado de bienes culturales: la música orquestal argentina de tradición clásica. El disco Concierto del Bicentenario (ver Una edición…) homenajea los 200 años de esta música en nuestro país. Aunque la iniciativa, en este caso, no proviene de las instituciones del Estado sino de una compañía discográfica multinacional, Sony, que confió la realización del proyecto al director Luis Gorelik y la Sinfónica de Salta. Gorelik nació en La Plata en 1961, se formó en la Academia Rubin de Jerusalén, dirigió la Orquesta de Salta entre 2007 y 2010 y actualmente es titular de la Sinfónica de Entre Ríos. “El mejor aporte que puede hacer esta producción -asegura el músico- es no dar respuestas sino generar preguntas. Nadie sabe muy bien qué es la música argentina, entonces lo mejor que se puede hacer es festejar la diversidad, manifestarla en forma clara. Es evidente que no hay un coeficiente de argentinidad e intentar buscarlo sería nefasto desde toda perspectiva”.
¿Cómo estableció un recorte en esta diversidad? El límite lo impuso mi propio gusto y mi propia valoración. Quedó una muestra de diferentes obras que, a mi entender, ejemplifican de la mejor manera varios de los estilos más interesantes de música orquestal que se han dado en este país, sin criterio cronológico sino estilístico.
¿Qué le atrajo de cada una de las obras elegidas? La de Gilardo Gilardi es inigualable en principio, por el título: Gaucho (con botas nuevas) , es el gaucho de Molina Campos, un gaucho de trazo grueso. La obra está muy bien orquestada, influida por las Aventuras de Till Eulenspiegel , de Richard Strauss, en su forma, sus dimensiones, en su tonalidad. Hasta se inicia con un solo de corno. Es un clásico que muchos directores eligen hacer pero no es fácil darle la chispa y frescura que necesita. AVariaciones para Orquesta , de Gerardo Gandini, en cambio, la elegí porque me parece significativa. Es una obra del ‘62, que sigue las ideas de la Escuela de Viena, es dodecafónica y tanto en su sonoridad como en su clima se parece a la Passacaglia de Webern. Ese estilo dejó una impronta muy grande en este país.
Entre los polos Gilardi y Gandini, hay otros universos estéticos.
Sí. Otra obra que se podría insertar en la categoría de clásicos de este país que es el Llanto de las Sierras , de Juan José Castro. Una obra que no busca el color telúrico, que aspira a la universalidad. Un poco influida, es cierto, por lo hispano, que siempre está en Castro y que en este caso queda justificado por el tema, un réquiem profano para Juan Manuel de Falla. Del otro lado, está la obra de Virtú Maragno que para mí es nuestro Messiaen criollo. Era un hombre profundamente religioso y esa religiosidad está puesta en sus obras y no en forma dogmática. Su actitud frente a la música era la de un hombre verdaderamente liberal –en el buen sentido-, más que muchos progresistas.
Amo es una obra compleja, escrita para doble orquesta. Es atonal pero utiliza cuatro notas de un coral de Bach, que aparece y desaparece dándole unidad a la pieza. Una obra influida por el clima opresivo de aquellos años de dictadura que a Maragno lo afectaba muchísimo.
Del otro lado está el impresionismo de Carlos López Buchardo.
Buchardo decía no dibujen la flor, miren su perfume.
Escenas Argentinas está tan lograda como Iberia de Debussy. Quedan Alberto Ginastera, con sus Variaciones Concertantes , para mí, su mejor obra, donde concentra todas sus habilidades y las sintetiza mejor que en ninguna otra; la Suite Argentina , de Eduardo Falú, el toque telúrico, y dos obras de Luis Gianneo: la también telúrica, Concierto Aymará –que nada tiene que envidiarle a los conciertos románticos– y la obertura para una comedia infantil, más volcada hacia el constructivismo rítmico obsesivo de Prokofiev.
¿Encontró obras bien orquestadas? Sí, por supuesto, no sólo eso sino que había – aquí mucho más que en otros países-, una reacción inmediata y una reformulación de las corrientes que venían de afuera.
Escenas Argentinas por ejemplo, fue escrita muy poco después de la Iberia de Debussy. Había un flujo de contacto con Europa a un ritmo más acelerado que en otros países. Lo que vendría a oponerse a las afirmaciones nacionalistas que podían hacer, incluso, estos autores.
¿Cómo se grabó? En el Nuevo Teatro Provincial de Salta. Se ajustó la sala para usarla como estudio de grabación. Tanto el técnico como yo creímos que una grabación de orquesta sinfónica tiene que involucrar un par de micrófonos y no mucho más. Si se manipula mucho, pierde el balance natural. Se grabó durante 22 días, en 36 horas de crudo y luego se editó.
Es significativa la ausencia de Astor Piazzolla en esta selección.
Piazzolla estuvo en nuestras discusiones con la dirección de Sony. Pero yo me opuse a incluirlo. Es otro mundo, un entorno cerrado en sí mismo. Además, creo que las obras originales para orquesta no son lo mejor que dio. Lo académico que escribió es flojo, sin valor comparable al que tienen las piezas incluidas. Iba a quedar en desventaja.
Siguiendo con las ausencias, la obra cronológicamente más nueva es la de Maragno, del ‘81. Hay treinta años que no están representados.
No tengo la perspectiva necesaria para poder orientar estilísticamente las cosas que se hacen en los últimos diez años. Como intérprete dirijo obras nuevas, pero este disco plantea otro tipo de desafío; no es una fotografía de la actualidad sino un registro a la distancia. De ahí que queden afuera creadores importantísimos como Golijov, Mucillo o Etkin. ¡Pero ya estamos planificando el próximo disco que serán los 300 años de la música!