Concierto en las nubes
En San Antonio de los Cobres, a casi cuatro mil metros de altura, la Sinfónica de Salta juntó a Beethoven con Alberto Ginastera.
Por: Jesus Rodríguez
Dicen que en Sudamérica no hay antecedentes de que una orquesta sinfónica, como la de Salta, haya dado un concierto a 3.774 metros de altura sobre el nivel del mar. Esto ocurrió en San Antonio de los Cobres, donde el frío y el mal de altura (apunamiento) fueron los obstáculos a vencer. «No fue fácil para los músicos tocar en estas condiciones, pero estoy muy emocionado de que todo haya salido bien, porque cada uno de los músicos debió hacer un esfuerzo físico superior al que está acostumbrado para evitar agotarse en la primera ejecutada», le dijo a Ñ el maestro y director de la Orquesta Sinfónica de Salta, Luis Gorelik.
El repertorio comenzó con el Pericón, de Luis Gianneo; luego siguió el Malambo, de Alberto Ginastera; después, una chacarera, del Ballet Bamba; también se ejecutó La Obertura Leonora Nº 3, de Beethoven, y se concluyó con la Sinfonía Nº 5 en Mi menor, de Tchaikovsky. Al sonar la tuba en el inicio del Pericón (instrumento que ejecutó el solista chileno Christian Alberto Ríos Saavedra), varios chicos –con sus caras paspadas por lo árido del clima– se levantaron de sus sillas para «buscar» el lugar de dónde provenía ese sonido grave y metálico que dio inicio al Concierto de las Nubes, escuchado por unos 250 lugareños. En San Antonio de los Cobres habitan 5.000 personas, en su mayoría descendientes de los incas.
Con el fin de atraer más la atención del público (para muchos fue la primera vez que vieron y escucharon a una orquesta sinfónica), Gorelik insertó en el repertorio la zamba «La Pomeña»: ¿habrán imaginado alguna vez el «Cuchi» Gustavo Leguizamón y el «Barba» Manuel J. Castilla, que su obra iba a ser ejecutada por la Orquesta Sinfónica de Salta a casi 4 mil metros de altura?
A poco de comenzar el concierto, un mediodía soleado, el cauce del río San Antonio que baja de la montaña se había congelado: un claro testimonio de los 16 grados bajo cero que el caserío de adobe había soportado durante la madrugada. Además, la pinchadura de un grifo comunitario formó un diminuto glaciar que fue la atracción de los recién llegados. Sin embargo, el concierto estuvo a punto de ser suspendido por decisión de Gorelik, porque el interior del complejo no estaba aclimatado sobre los 18º grados para que los instrumentos de viento y de cuerdas puedan tener una óptima afinación. La solución llegó enseguida: los músicos fueron reubicados en el extremo sur del salón, donde está empotrado en la pared un considerable equipo de aire acondicionado.
Al concluir el concierto, y antes de que «Las Voces Andinas» agasajaran con su música a los integrantes de la sinfónica, Ñ habló con el «tubista» Christian Alberto Ríos Saavedra: «En Santiago de Chile, toqué con la Filarmónica Municipal en muchos lugares del norte de mi país, como Calama, pero ahora, en San Antonio de los Cobres, me pareció mucho más complicado porque tuve que aclimatarme para poder contener el aire en los pulmones y soplar con fuerza. Pero todo salió bien», dice el músico chileno.
Para Gorelik, «este fue un desafío logístico importante, porque no en todos los municipios se cuenta con un teatro como en la ciudad, donde ofrecemos los conciertos. Hay que hacer un esfuerzo por ambas partes. Nosotros aceptamos tocar en condiciones que no son las óptimas, y los municipios tendrán también que hacer un sacrificio para mejorar el nivel edilicio y permitir la presencia de una orquesta de esta envergadura». Entre coplas y coplas, «Las Voces Andinas» (integrada por ocho jóvenes y niños), despertaron la curiosidad de los músicos de la Sinfónica, en su mayoría extranjeros, que sacaron sus celulares y les tomaron muchísimas fotos a este conjunto típico de la región andina.
«Acá se estableció un contrapunto afectivo y emocional muy fuerte entre estos chicos de Las Voces Andinas que cantaron para nosotros. Fue muy emocionante y buenísimo. Nuestra idea es presentar la Orquesta Sinfónica y que su presencia funcione como un eje motivador y movilizador. Espero que a estos chicos que nos han escuchado y que son nuestros colegas, este día les quede grabado en sus memorias y quién dice que todo esto pueda generar una vocación en ellos», se entusiasmó Gorelik. Después se abrazó con sus hijos David (10) y Natán (8), que habían llegado desde Buenos Aires veinticuatro horas antes para acompañar a papá «en este inolvidable concierto», como lo calificó Gorelik. Inolvidable, por cierto. Y terriblemente gélido.