La Orquesta Sinfónica de Entre Ríos y su nacimiento. Artículo publicado en El Diario de Paraná el 12 de Julio de 2013
La Orquesta Sinfónica de Entre Ríos y su nacimiento
Viernes 12 de Julio de 2013 Hs
(Manuel Belgrano)
“Considero a la cultura el verdadero origen de la felicidad de los pueblos; un instrumento indispensable para que la vida política se desarrolle con tolerancia honestidad y comprensión”.
(Juan Domingo Perón)
El año 1948 será recordado en la historia grande de la música argentina como aquel en el que vieron la luz cuatro de las principales orquestas sinfónicas de nuestro país: la Orquesta Sinfónica Nacional, la Orquesta Sinfónica de Entre Ríos, la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Cuyo y la Orquesta Sinfónica de Tucumán.
Este hecho que no registraba precedentes no fue una acción aislada, sino que estuvo enmarcado en un momento en el cual el Estado redefinió su posicionamiento frente a las instituciones culturales mediante una serie de medidas que serían coronadas con la sanción de la Ley 14.007, también llamada Ley de las Academias Científicas y Culturales.
A más de 60 años, los debates legislativos a favor y en contra de dicha ley sorprenden por su actualidad y por la vigencia de sus posturas, confrontándose una línea tendiente a ligar lo cultural con los procesos históricos, políticos y sociales frente a una postura ahistórica e inmutable de la cultura, desvinculada del contexto social y vinculada a la libertad como principio básico y motor de toda actividad creativa.
Como sus hermanas, la Orquesta Sinfónica de Entre Ríos nació bajo el signo de una contradicción que sobrevuela la actividad cultural desde aquellos años hasta nuestros días: por un lado la aceptación generalizada de una tradición de origen europeo que ha dominado el ámbito universal de las bellas artes desde hace siglos; y por el otro, la necesidad de crear nuevos ámbitos de desarrollo artístico y cultural que expresen la compleja identidad de nuestra nación, surcada por las más amplias diversidades. Este ámbito de contradicción fue el que ocupó a los encargados de pautar el pensamiento intelectual oficial de aquellos años y también a sus detractores. Así, al momento de debatir el proyecto de la Ley de las Academias Científicas y Culturales se escuchaban en el recinto parlamentario nacional argumentaciones como las de John William Cooke, impactantes por su erudición y más impactantes aún por su honesto anhelo de que el contundente avance estatal en materia científica y cultural deviniese en una herramienta efectiva de progreso social: “Nosotros repudiamos también a esos intelectuales que solamente se dedicaron a copiar más o menos con éxito las producciones de Francia o de algún otro país de moda. Entendemos que el país no es lo que esos académicos han entendido en algún momento, un ámbito ideal de desarrollos racionales sino que, por el contrario, creemos que la cultura es también vivencia, es también pueblo, es también tierra, es también hombre.”
Este fuerte párrafo vertido por Cooke grafica el espíritu de lo que se dio por llamar la “Cultura dirigida” frente a la cual se contraponía el concepto de “Cultura libre”, esgrimido en los debates legislativos por el diputado santafesino José Pérez Martín: “Éste es, en cambio, un proyecto que significa la liquidación definitiva de las academias culturales, porque tal es el contenido real de la iniciativa… El señor diputado olvida que la cultura es de carácter universal o nacional y que no puede ser cultura de un partido o de una secta, al estilo de los regímenes totalitarios…”.
HITOS DE UNA ÉPOCA. Según la argumentación de la oposición, el proyecto de ley era conceptualmente fallido, puesto que el desenvolvimiento natural del pensamiento científico y artístico es imposible de dirigir y por lo tanto el rol del Estado debía limitarse a dotar a las instituciones científicas y culturales con los medios necesarios “para realizar una labor efectiva”.
En esos años el Estado Nacional invirtió en actividades culturales una cantidad inédita de recursos, creando las condiciones para el florecimiento de iniciativas artísticas de todo tipo, como la industria cinematográfica, del disco, radiofónica, y muchas más. En el ámbito de la música, los números de la época asombran pues superan ampliamente a los de nuestros días en cuanto a cantidad de producciones líricas, obras contemporáneas estrenadas tanto de autores argentinos como extranjeros, discos vendidos, música escrita para cine, y la instalación del folclore como expresión masivamente aceptada. En un país que tenía poco más de 15 millones de habitantes, la grabación de El rancho ‘e la Cambicha, de Mario Millán Medina, por Antonio Tormo, consiguió cifras de distribución no superadas hasta nuestros días. Sólo por mencionar algunos de los importantes hitos artísticos del año 1948, se pueden resaltar el estreno de los films Dios se lo pague y Pelota de trapo; la temporada lírica del Teatro Colón que incluía 17 títulos entre los que se contaban varios estrenos; la edición de El túnel, de Ernesto Sábato y de Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal y una importante cantidad de estrenos de música contemporánea y argentina llevada a cabo por las principales orquestas del país.
En ese contexto nació en Entre Ríos esta orquesta, y su propio decreto fundacional está impregnado de aquella contradicción, al mencionar la necesidad de igualarse con “los pueblos civilizados del mundo” a través de las “altas manifestaciones del arte”, pero al mismo tiempo al reconocer a la orquesta como herramienta de “elevación cultural de nuestro medio” y a la práctica de las actividades artísticas como factor depurador de la voluntad y el carácter de las personas: “Considerando que el cultivo de la música y de los sentimientos que ella desarrolla ha sido efectuado por todos los pueblos civilizados del mundo, siendo la organización de conjuntos orquestales para muchos de ellos una de las preocupaciones del diario vivir. Que la afición por altas manifestaciones del arte es factor coeducador de la voluntad y el carácter. Que la constitución de una orquesta sinfónica será un valioso aporte para el desarrollo cultural de nuestro medio…” (Decreto 2124/48).
ÉTICA Y ESTÉTICA. Al igual que sus pares, la sinfónica entrerriana ha venido transitando estos 65 años en el sendero serpenteante de esta contradicción aún no resuelta. Aún hoy, el concepto dominante de excelencia artística abreva en fuentes que tienen como paradigma expresiones de la cultura universal cuya adaptación a las realidades locales es en muchos casos forzada, como también lo son muchos de los intentos de crear nuevos paradigmas de excelencia que se nutren de contenidos supuestamente nacionales.
Desde el instante en que el Estado asume la obligación de facilitar a la comunidad el acceso a diferentes manifestaciones de expresión estética debe asumir también el compromiso de una constante revisión de sus propios paradigmas intelectuales, a la vez que un compromiso aún mayor con el apoyo al reciclaje creativo en todas sus formas.
Los dichos de Cooke le imprimen al debate una dimensión humana que a menudo los planificadores culturales ignoran y que se relaciona directamente con lo expresado en la segunda parte del decreto entrerriano, siendo aquellas líneas, a entender de quien escribe éstas, el punto más destacable, pues hacen mención del trabajo más duro a realizar por las personas en su esfera individual: el desarrollo de la voluntad y el carácter.
La Orquesta Sinfónica de Entre Ríos fue concebida como una institución de servicio público, y por ello ha mantenido con coherencia una actividad única en el país: la presencia permanente en todo el territorio de su provincia, atesorando este antecedente como su más preciado orgullo.
Cientos de eventos compartidos con los entrerrianos, en los que se cruzan manifestaciones del arte musical universal junto a otras músicas emergentes de autores locales y latinoamericanos no han resuelto por sí mismos la encrucijada fundacional, pero en efecto han abonado un terreno en el cual ésta pueda funcionar como motor y dar impulso a nuevas pulsiones creativas y a nuevos ámbitos de encuentro.
La realidad cotidiana suele ser el lugar donde se encuentran las respuestas a los temas más complejos, y en esa cotidianeidad compartida sin prejuicios entre la orquesta y el público de los diferentes pueblos y ciudades de la provincia puede estar la llave de aquello que poco a poco pasa a formar parte de la vivencia intelectual y espiritual de las personas, y que mucho más tarde los estudiosos darán por llamar patrimonio cultural.
La libertad creativa no es incompatible con el compromiso humano y social del artista: ambos son necesarios para que un organismo cultural público pueda cumplir su función. Ética y estética pueden unirse en un punto de difícil acceso pero que invariablemente pasa por el individuo antes de proyectarse a la sociedad en forma de acción concreta, comprensiva y tolerante.
(*) Director artístico de la Orquesta Sinfónica de Entre Ríos.
Citas y fuentes: “La cultura nacional y la misión de los intelectuales”, extracto del discurso pronunciado por el Gral. Edelmiro Farrel el 4 de junio de 1944.
Ley Nº 14.007.
“Reglamenta el funcionamiento de las academias científicas”.
(Boletín Oficial de la República Argentina, 31 de octubre de 1950).
Diario de Sesiones de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, 1950, tomo IV, 3651-3663.
Decreto No. 2124/48. Boletín Oficial de la Provincia de Entre Ríos del12/07/1948.
Luis Gorelik (*)